El Dios de las Pequeñas Bromas

Te Libro de Todo Mal


Ultimamente pienso mucho en dios. No pienso en si existe o no, eso es aburrido, ya tuve los 11 años para darle suficientes vueltas a ese asunto. Hace tiempo me di cuenta de que un concepto tan amplio como el de dios daba espacio para imaginar muchas, muchísimas cosas, tantas que me resultó estúpido no hacerlo. Lo divertido fue empezar a enriquecer aquel concepto a mi manera, como cuando en aquellos años de preescolar te daban una hoja en la que sólo había una sencilla silueta negra. Y sobre la mesa, montones de ceras de colores.

Esto es divertido, pensé, cada uno puede tener el dios que quiera. Incluso el que hubiera querido ser.

Mi dios, para empezar, no se llamaría Dios, ni tendría forma. Quizás sólo pudiera tener la forma de un gigantesco calamar metafísico, únicamente porque una noche soñé con aquello y me pareció un bicho curioso. Mi dios no tendría de eso que llaman ira. No lanzaría rayos ni truenos ni centellas como castigo. No perseguiría a los malos ni premiaría a los buenos con la idea del cielo, sino que dejaría que la gente muriera al morir. No le importaría que la gente no creyera en él, no tendría hijos en la tierra sobre los que se escribieran novelas, no necesitaría de profetas y demás interlocutores.

No sería un dios del terror, y pasaría también de todo ese asunto del amor. Para todo eso ya están los humanos, diría. Simplemente sería muy listo. Y con sentido del humor.

Sería el dios de las casualidades, ese que te pone mensajitos ocultos por el mundo sólo para ver qué cara pones. Un dios que se divierte gastando ese tipo de bromas. Sería irónico, sarcástico, cínico y certero. Un cachondo mental.

Diría, vamos a ver a quién podemos tocar las narices hoy. ¿Quién necesita que le recuerden algunas verdades?.

Seguramente todo cobraría más sentido, y desde luego un sentido mucho más gracioso. Cualquier encontronazo curioso, cualquier situación casual, cualquier señal, cualquier mensaje captado, acabaría en un mirar al cielo con ojos de reprobación. O un leve movimiento de cabeza, un chasquido, un ¿ya estmaos?, un pillín, para llegar hasta una sonrisa, o incluso una carcajada. Este dios, siempre con sus bromitas.

El otro día no podía dormir. En cuanto conseguía conciliar el sueño, una suerte de razones absurdas hacía que volviera a abrir los ojos. Un mosquito escandaloso, un sueño raro, el movil vibrando, una bandera del Perú sobre mi cara. Lo que no esperaba encontrar era cristales entre mis sábanas. ¿Cómo carajo he llegado a meter cristales en mi cama? ¿Cuándo? ¿De qué manera?. Lamentablemente aún no creía en este dios, el dios de las pequeñas bromas, porque todo habría acabado con una risita, un guiño de complicidad. Ay, pillín, qué cabroncete te pones cuando quieres.

Está bien que te eches unas risas, muy gracioso el truco de los cristales. Muy gracioso eso de "¿viste, muchacha?, metiste en tu cama cosas que te perjudicaron". Muy gracioso, dios, esta vez te has lucido. Pero hazme un favor, ¿quieres?, para la próxima hazlo con algo que no pinche. Me hiciste un arañazo.

Y te rezo un padrenuestro, anda.

Gen.