La historia del violín

Te Libro de Todo Mal


Luis Sepúlveda quería escribir un libro conjunto con su amigo, el fotógrafo Daniel Morzinski, así que se fueron de viaje por la pampa argentina.
Aquel desierto hacía que durante días ni el objetivo fotográfico de Daniel ni los caballos ni ellos mismos, encontraran nada más que un arbusto ocasional. De pronto, en el horizonte empezó a dibujarse la figura de un hombre. Caminaba solo, casi sin equipaje, únicamente una pequelña bolsita con algo de mate y pan. A la altura del hombre, pararon los caballos y le preguntaron qué hacía por allí. El hombre dijo buscar un violín.
Como estaban detrás de una historia, a Luis y Daniel les atrajo la búsqueda de aquel tipo y decidieron acompañarle, porque le advirtieron que no vería nada en kilómetros y aún así quiso seguir la ruta que se había marcado.
En una parada, mientras compartían mate, Luis se atrevió a preguntar.

– Amigo, y ese violín, ¿cómo es?

– Es un estupendo violín.

Después de una jornada en ruta, el hombre creyó encontrar algo.  Avanzó hasta lo que parecían unos leños abandonados y los cogió con una delicadeza que cautivó a los dos amigos.

– Ya encontré mi violín.

Como el tronco resultaba muy pesado, se ofrecieron a acompañarlo hasta casa. Llegaron después de dos jornadas de ruta, y al entrar descubrieron infinidad de instrumentos, porque aquel hombre era un  luthier, y trabajaba nada menos que para la Orquesta Sinfónica  de Viena.
Viviendo en una casa tan apartada, en la que el pueblo más cercano estaba  días  de viaje, resultaba sorprendente que aquel hombre pudiese estar en contacto con los músicos más importantes del mundo. Por supuesto, no siempre había sido así.

– Antes vivía en Buenos Aires, pero después de todo lo que ocurrió en mi país, cuando empezaron a matar a mis amigos, supe que no podría ir a los mismos cafés sin encontrarlos, caminar por las mismas calles sabiendo que jamás me  volvería a cruzar con ellos. Así que me vine a este lugar, lejos de todo. Pero, hay algo que no saben aquellos que mataron a mi gente -y señalaba  el reverso de un violín, que tenía un nombre escrito- y es que en cada instrumento que hago está el nombre de uno de esos amigos y ahora ellos viajan por todo el mundo.