Los barrios prometidos

Te Libro de Todo Mal


Hace poco menos de un año decidí que mi ciudad estaba en un país allá por el norte del norte de Europa. Una ciudad donde la noche es mucho más larga de lo normal, perfecta para personajes olvidados y noctámbulas voluntarias o involuntarias (aún no tengo muy claro a qué grupo pertenezco). Una ciudad donde la oscuridad es tan familiar que los portales se adornan con dos velas de queroseno a la altura del suelo, permanentemente encendidas, y las ventanas con los contraluces de figuras de gatos recortados en cartón.

Entonces, paseando en el anochecer de después de comer, descubrí en Gamla Stan el barrio en el que quisiera vivir. Esto es perfecto, me dije. Calles de adoquines, cuestas, escaleras por las que perderse, puentes y callejuelas, cafeterías donde volver a entrar en calor, donde el café se sirve en tazones sin asa y con dibujos de canela. Todo tenía vida por allí, hasta los escaparates por la noche.

Hoy vuelvo a viajar por allí cuando por fin me decido a llevar a revelar una caja entera de carretes olvidados. Hace poco menos de un año, mirando desde un puente los tejados de un Estocolmo nocturno, me prometí que a estas alturas aquel sería ya mi barrio. Y hoy sigo aquí, en Madrid (mi Madrid), otra vez haciendo planes para otros barrios de ciudades más lejanas (mi Buenos Aires querido), y envidiando con cariño a las desertoras que ya hicieron de los barrios-mito algo propio y real.

Sólo me queda añadir Gamla Stan a la lista de espera de lugares donde alguna vez quise buscar mi sitio. Se va llenando poco a poco, cada año con uno o dos intentos nuevos: el Raval de Barcelona, el barrio judío de Cracovia, el Ataba en El Cairo, San Telmo en Buenos Aires, algún lugar en París, algún otro en San Francisco, y tantas otras ciudades donde prometí buscar un barrio.

Pero no me apresuro, Madrid me sigue cuidando, como siempre ha hecho durante los últimos cuatro años. Siempre me regaló calles nuevas cuando necesité perderme, vistas desde las alturas en momentos precisos, edificios, leyendas, personajes de esos que a mí me gustan, magias, casualidades, encuentros, farolas, tristeza gris y amarilla por la noche, miradas. Al fin y al cabo, todo lo que necesito para subsistir.

Pero este año es diferente. Tendré que ir despidiéndome, porque es el último.

Gen.