Maletas y una Pista

Te Libro de Todo Mal


Cuando Ojos de Papel decidió marcharse, los años ya le habían convertido en un hombre capaz de llevar Maleta.

Parecía una tontería, pero él sabía que aquello no era tan sencillo, como llevar un macuto, ni siquiera como llevar un petate. Llevar maleta acarreaba una responsabilidad mayor. Evidentemente no se trataba de una maleta cualquiera. En aquel entonces las maletas eran de cuero marrón, con refuerzos en las esquinas. De esas maletas que alguna vez llegaron a convertirse en musas de ciertos artistas, maletas de viajante. Moverse acarreando una de aquellas maletas implicaba demasiadas cosas: uno no podía viajar con algo así si no tenía algo que contar.

La maleta de Ojos de Papel era vieja, heredada, posiblemente de su abuelo, después de su padre. La conocía desde muy pequeño, cuando desaparecía de su casa con su padre, repleta de rencores matrimoniales, promesas incumplidas, esperanzas en futuros ficticios y corbatas de seda. La volvió a conocer cuando regresó con camisas arrugadas, añoranzas y deudas. A partir de entonces la maleta se quedó en casa, siempre a la vista, apoyada en una pared cerca de la puerta de entrada. Ojos de Papel la dibujaba de forma obsesiva, le gustaba cómo su sombra la anclaba violentamente a cualquier lugar, como si ese fuera el definitivo. Una maleta así podía construir, allá donde fuera, hogares de decorado de lo más creíbles.

Cuando Ojos de Papel decidió marcharse, ya había vuelto muchas veces antes. Su madre sacó la maleta de su eterno hueco en la puerta de entrada y la vació por primera vez en quince años. Toma, llévatela en tu búsqueda, un hombre como tú ya empieza a necesitar un cacharro de estos.

Cuando Ojos de Árbol entró en el quinto anticuario del Rastro, vio lo que estaba buscando.

– Esa, necesitamos esa. Es preciosa, cuero marrón, antigua pero restaurada. Es la maleta que buscábamos para Jonathan Harker, ¿no te parece?. ¿Cuánto cuesta?
– ¿Esa? Podría dejártela en ciento cincuenta.
– ¿Qué?
– Verás bonita, una maleta de principios de siglo, auténtica, restaurada. ¿Tú sabes el trabajo que cuesta arreglar eso? Los refuerzos son fuertes, cosidos a mano, el cierre funciona perfectamente, el cuero no tiene manchas, el forro es nuevo y está limpio. Es una maravilla y cuesta lo que cuestan las maravillas.
– Pues yo no tengo tanto dinero.
– ¿Cuánto tienes?
– Veinte euros.

El dueño del anticuario soltó una sonora carcajada. Veinte euros, qué insulto. Aquella imbécil quería una maleta de cuero restaurada y ofrecía veinte miserables euros.

– Perdona, pero no tengo nada aquí para tí.

Cuando Ojos de Árbol salió del quinto anticuario, el dueño decidió probar con algo diferente.

– ¡Espera! Quizás esto te interese. Está demasiado vieja, destrozada, restaurarla no sale rentable. Los cierres están rotos, tendrás que arreglarlos con una cuerda, el cuero está estropeado por la humedad y el forro es feo y malo. Si te la llevas, te llevas también todos los trastos que tiene dentro; está llena de mierda. Es tuya por treinta euros.
– Tengo veinte.
– ¿Veinticinco?
– Me la llevo.

Cuando Ojos de Fuego leyó sobre maletas, pensó que aquello podría ser la pista que buscaba.

Recordó haber visto una vieja maleta marrón olvidada en lo alto de algún armario del almacen de su grupo de teatro. Había leído que las maletas así sólo podían contener historias, sólo podían escupir magia. Era curioso que nunca se le hubiera ocurrido abrirla para curiosear dentro, pero ahora que Ojos de Fuego buscaba una pista, era el momento de hacerlo.

Colocó una silla bajo el armario para alcanzarla, la bajó y la apoyó despacio sobre la mesa; había que tener cuidado, si era la del relato los cierres habrían de estar rotos.

Cuando Ojos de Fuego abrió la vieja maleta, entre polvo y decenas de objetos absurdos... encontró una historia.

Gen.