Momentos de Debod

Te Libro de Todo Mal


Vuelvo de madrugada de uno de esos largos paseos por la ciudad de viernes a medianoche. Se me ocurrió, bajando ya a casa, que por qué no pasar por el Templo de Debod, que no recordaba haber estado allí de madrugada. Se podría decir que este ha sido el verano de Debod. Contigo allí, llorando allí, peleando allí, emociones allí, momentos allí, personajes allí, respirar sólo allí. Muchas horas allí, allí siempre el final de tantas horas caminando sin rumbo, o el principio. Pero nunca de madrugada.

Subía las escaleras del parque pensando si dejarán iluminado el templo durante toda la noche. No creo, qué derroche. Cuando llegué a la cima lo vi en rojo. Dos torres de focos se lo pasaban de madre haciendo pruebas con el templo. El templo pasaba a lila, el templo en azul, no ese azul, el otro. Luego rosa, rojo de nuevo, el templo en naranja, el templo en amarillo, el templo en blanco. Ahora azul por aquí, rojo por allá. Así que, sin importarme la palabrería que intercambiaban los técnicos a base de altavoz entre torre y torre, allí me senté, como quien mira fuegos artificiales, a ver el templo de todos los colores.

Este lugar es increíble, pensaba, jamás conocí un sitio que almacenara para sí, en exclusividad, tantos momentos. Acabadas las pruebas, me tuve que quedar allí. Este es el mejor lugar para estar a las tres de la madrugada en Madrid, decidí.

Allí por las tardes se junta la gente, sin quererlo, para ver el atardecer más bonito. A las ocho y media todo el mundo mira en la misma dirección. Yo prefiero sentarme más atras, donde sólo veo siluetas de gente recortadas sobre un fondo rojo: todos ellos mirando al cielo forman parte de mi paisaje favorito. Ese es uno de los momentos.

El otro es cuando, una hora después, se enciende la iluminación del templo. Aún no ha oscurecido del todo, pero no hay luz del sol que devore la piedra. La gente ya empieza a retirarse, y aparece milagrosamente, a pie de templo, un ejército de fotógrafos aprovechando el momento del disparo perfecto.

De madrugada no se ve nada. No hay nadie. Sólo hay un templo ligeramente iluminado reflejado en lo que parece un charco, y un segurata que hace sombras contra la pared del templo cuando se asoma a comprobar que, en efecto, sigue estando solo. Al fondo, infinitas luces pequeñitas y una luna enorme y amarilla sobre lo que parece un recortable de muchos lugares mezclados. Y precisamente hoy, un templo que iba cambiando de color. Ese fue el tercer momento.

Primero rojo, luego lila, luego azul.